Por Edilberto Nava García, escritor

Chilpancingo, Guerrero; 4 de febrero de 2020. El viernes  de la semana pasada asistí a la presentación del libro “Lo que el sismo  nos dejó 19S” de la periodista morelense Yesenia Daniel Ménez. Lo comentó un escritor calentano, José Francisco García González y el acto fue moderado por otro notable investigador cultural, Gerardo Guerrero Gómez, jefe de la Unidad Guerrero de Culturas Populares.

A su manera, el comentarista expresó el contenido, en algunos pasajes, a muy grandes rasgos, pues un libro de tantas vivencias simultáneas debe ser muy difícil resumir en veinticinco minutos. No leyó párrafos textuales y sin embargo, uno  imagina la angustia al ver la desolación tras un terremoto que en cuestión de minutos cambió, no sólo casas y avenidas de una ciudad, sino vidas familiares; de luto, lágrimas, lamentaciones e impotencia de los damnificados por un desastre natural que arrebató la existencia a muchas personas.

Conozco Jojutla, Zacatepec, Tlatizapan que atraen por ser el terruño cuna del zapatismo. Jojutla, por referencias de mi amigo el profesor Pepe Flores, sabía yo del  carácter comercial de esa zona cañera y arrocera, pues desde hace más de una centuria se ha sostenido que el arroz de Jojutla es probablemente el mejor del mundo. En la región hay conocidos y amigos, y aún más, uno de mis libros ha sido comentado ahí,  pues ha sido presentado en más de una ocasión. Sin embargo, poco supe de vista ni de primera mano de los estragos que causó dicho temblor, sino tres días después, un tanto diferidos por los medios informativos.

En la sesión, los asistentes tomamos nota y nos llevó a la reflexión que pese a que la humanidad reconoce su impotencia para frenar o evitar un fenómeno natural, el ser humano en muchas regiones del mundo carece de la cultura de la prevención. No conoce su pasado, no conserva experiencias, no se ocupa de estudios de dinámica de suelos y por ello construye donde se le hace bueno. Gracias a cuanto detalló la autora respecto al carácter sísmico de Jojutla, que padeció los efectos de un sismo en 1875, nos dimos cuenta que no tenemos un historial de los fenómenos naturales; que simplemente sufrimos sus consecuencias y pasada la angustia y hasta la tribulación, la gente continúa con su vida olvidando las desgracias, pues como reza el dicho; “tras la borrasca viene la calma”.

 

Momentos antes de la presentación obtuve un ejemplar y de verdad, desde las primeras páginas el lector se da cuenta que se trata de un libro testimonial basado en entrevistas, en relatos, vivencias e imágenes de aquel lamentable suceso. Empero el libro induce, nos lleva a la reflexión, a pensar, si en un momento dado estamos preparados para enfrentar o soportar un huracán, un minidiluvio de sólo cinco días con sus noches o de un sutnami en zonas costeras de la república. Creo que no, no estanos prevenidos, pues tras el susto y la angustia sólo pedimos a Dios su protección y continuamos con  nuestra rutina cotidiana. Tal actitud es un error.

Creo que es la oportunidad para que los directores de escuelas inviten a la autora del libro, a que acuda a sus planteles para comentar  las experiencias de la región sur-poniente como identifican esa zona del vecino estado de Morelos. Su libro es producto del esfuerzo y debiéramos leerlo y valorarlo. Sabemos de esa especie de fobia que padecemos respecto a los libros, que no somos lectores, sin embargo para prevenir y garantizar nuestra supervivencia, vale la pena que esta vez antepongamos la compra de un libro al de otro bien quizá fugaz.

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