Por Máximo Cerdio
Nadie, que se sepa, escuchó el último aliento de Gaspar Carranza Núñez.
Los peritos del Servicio Médico Forense levantaron su cadáver el año pasado, en alguna esquina del barrio de Tlaltenango.
Sus padres no quisieron identificarlo ni reclamar el cuerpo; los vecinos de San Antón intentaron recuperarlo para darle “cristiana sepultara” o incinerarlo, pero las autoridades se lo negaron.
Gaspar no iba de traje o no tenía ropa de marca como para que, de inmediato, la justica pusiera en marcha el engranaje de identificación de ese hombre de aproximadamente 30 años, delgado, de un metro 64 de estatura, un tatuaje en forma de lágrima con tres puntos en el pómulo, otro en el brazo y otro en el cuello con el nombre “Cande”.
Lo vieron flaco y jodido, seguramente con el pedazo de estopa en la mano, seca, sin una gota del solvente que lo mantuvo anestesiado casi toda su vida.
Lo trasladaron a la cámara frigorífica del Servicio Médico Forense de Temixco y arrumbaron sus restos mortales junto con cerca de 200 cuerpos que nadie conoce ni han sido reclamados.
El viernes 19 de febrero, una persona le comentó a un familiar de Natividad Buenos Aires que Gaspar había fallecido hacía más de dos meses y que se encontraba en la morgue porque sus papás no lo habían ido a reclamar.
Natividad entendió este hecho como un mensaje: el difunto estaba pidiendo que sus restos tuvieran funerales dignos y comenzaron hacer gestiones para que las autoridades les dieran el cuerpo de Gaspar.
Después de mil vueltas no se lo quisieron entregar. En la Fiscalía General del Estado de Morelos le exigieron que fueran al menos dos familiares para que les dieran los restos: había una carpeta de investigación por muerte violenta y era imposible darlo a quienes no tenían ningún parentesco.
De acuerdo con especialistas en materia penal, el cuerpo se entrega a los parientes y éstos no pueden cremarlo, deben inhumarlo para que, llegado el momento y si se requiere, se pueda exhumar para continuar con pruebas en caso de que se reabra la carpeta de investigación.
Entre los vecinos, que conocieron a Gaspar desde que era un niño hasta que lo vieron deambular por la calle H. Preciado, la muerte del muchacho despertó diversos comentarios:
-Por fin dejó de sufrir!!!
-Ojalá la vida pueda recompensarlo algún día!!! Ya que fue dura para él!!
Lo “regalaron” al mes y medio de nacido
Natividad Buenos Aires, vecina de la calle Jesús H. Preciado en San Antón, relata que los padres de Gaspar lo regalaron a Esther Solís, tía de Natividad, que pudo tener hijos; el bebé tenía mes y medio de nacido.
Así llegó Gaspar, que en griego significa “Aquel que viene de alguna parte» o «Aquel procedente de una nación o país”, a San Antón.
Los padres se comprometieron a ayudar con la manutención del niño, pero al poco tiempo se desobligaron y dejaron al pequeño con Esther.
Al poco tiempo murió su mamá adoptiva y mi mamá Candelaria o “Cande”, ya finada, y nosotros nos hicimos cargo de él. Aquí nunca lo hicimos menos, lo tratábamos como de familia, con mis hijos. Y le dimos escuela como a todos, pero él no quería. También ingresó a la Escuela Hogar Nuestros Pequeños Hermanos, pero escapó de ahí.
A los días años hizo de la calle su casa
Cuando tenía como diez años se salió a la calle y no regresó a la casa. Después se supo que se andaba drogando.
Su familia adoptiva relata que hizo “hasta lo imposible” por rescatarlo pero no se dejaba, la calle era su casa.
Trabajó cuando era adolescente en la panadería de barrio y también buscaba trabajo con los dueños de los “juegos” en la feria de San Antón y de Tlaltenango, pero no tuvo un trabajo constante.
Hubo un tiempo que desapareció y luego se enteraron que estaba como interno en lo que ahora es el Centro de Ejecución de Medidas Privativas de la Libertad para Adolescentes (CEMPLA) o “Tribilín” (deformación de “Tribunal”).
Hace como cuatro años, un auto lo atropelló en Tlaltenango, el barrio a donde iba cuando se cansaba de andar aquí en San Antón, en la calle.
Estaba muy mal, necesitaba una operación y no se tenía el dinero, se le habló a su papá pero nunca se pararon en el hospital.
Lo internaron y juntamos lo que pudimos para que lo operaran, finalmente salió del hospital en silla de ruedas y lo volvimos a recibir en la casa. Yo me iba a trabajar y lo dejaba encerrado, y no consumía drogas, y así estuvo un tiempo, aquí comía. Pero una vez me dijo que lo dejara salir a la calle, ya no quería estar acá y se salió con todo y silla de ruedas y ahí andaba en el barrió, drogándose de nuevo, relata Natividad.
Gaspar tuvo dos hijos, un varoncito y una niña que tuvo con una chica que fue su pareja y con la cual se drogaba; por ahí deben andar los niños.
El Monas
Los de su edad le echaban desmadre, sabían que se drogaba y no podían hacer nada para evitar que lo hiciera. Gaspar era muy tranquilo, no le decía daño a nadie, sólo se hacía daño él mismo consumiendo activo, ésta es la percepción de sus conocidos en San Antón.
Todos lo conocían. Ropa holgada, muy delgado, con los párpados caídos y con la mano empuñada cerca de la boca y de la nariz.
Se sentaba en las jardineras o en la banqueta o cerca de donde se reunía la gente para platicar o festejar.
Luis Andrés Morales Aguilar, vecino del barrio, relata una anécdota:
Estaba con nosotros, era ya noche, y un camarada le quería quitar su lata de activo para drogarse también, pero Gaspar no se dejó y corrió hacia la iglesia parroquial y empezó a tocar la campana, para avisar al pueblo que le quería robar. Nosotros no supimos qué hacer. La gente salió de su casa sorprendida, asustada y preguntaron qué pasaba y les tuvimos que contar. Al otro día nos daba pena porque todos estaban preguntando qué había ocurrido. Con el tiempo nos dio risa.
No pudieron recuperar el cuerpo
Según se consignó en el portal de La Unión de Morelos, el martes 23 de febrero vecinos de San Antón pidieron cooperación económica para recuperar el cuerpo de Gaspar y llevarlo al crematorio o enterrarlo, sin embargo, cuando lo solicitaron a la Fiscalía ésta les dijo que no se los podían dar, necesitaban que los padres u otros familiares fueran a identificar el cuerpo y a recibirlo.
Los vecinos hablaron con los papás del difunto, pero no quisieron hacerse cargo.
La enorme boca de tierra y de silencios
Gaspar Carranza Núñez y más de una centena de cuerpos esperan la hora en que algún directivo decida que ya estorban en el refrigerador del Semefo para ordenar los lancen dentro de esa enorme boca de tierra y de silencios que es la fosa común.
Algunos como él, tenían quien los reclamara, pero el miedo o el odio o la falta de interés los dejó allí, en el lugar de los no identificados, los sin nombre, aquellos que ya no existen, los que el tiempo borrará de la memoria de los hombres y de Cuernavaca, por muchos años conocida como la Ciudad de la primavera.