En este reportaje el autor indaga y abunda sobre unos personajes que normalmente son invisibles para los comerciantes: los mecapaleros o diableros o cargadores.
Sus orígenes, su jerga, su trabajo diario son documentados en el Mercado Adolfo López Mateos de Cuernavaca, Morelos, México, una central de abastos que es en sí un mundo en la capital de Morelos.
Por Máximo Cerdio
El diablero debe ser atento, acomedido con el cliente, debe ser educado, es decir, no debe andar diciendo peladeces (no debe tener vocabulario de mecapalero). El diablero no debe lastimar a nadie con su diablo. Es cierto que debe ser fuerte, pero más que fuerte deber ser mañoso, para poder cargar hasta media tonelada de mercancía en su diablo, pero también para transportarla y saber esquivar los autobuses y camionetas que en la madrugada llenan el estacionamiento y las calles aledañas el mercado. A un diablero jamás se le debe caer la mercancía, está maldito si se la cae, cuida a la mercancía como a su vida.
Ese es el código del buen diablero, así lo afirman Francisco Aguirre, estibador en el Mercado Adolfo López Mateos, con 43 años de diablero y de 65 años de edad, Sebastián Herrera González presidentes de la Unión de Estibadores Asociados al Centro Comercial Adolfo López Mateos A.C., y Paulino Bahena Chávez, presiente de los Estibadores Asociados del Centro Comercial Adolfo López Mateos A.C.
En teoría ese es el deber ser de un buen estibador, aunque existen algunas quejas de algunos comerciantes que aseguran que, para resistir las largas jornadas o enormes pesos, algunos de los estibadores se “monean” (se drogan con solventes) o “le van a quemar las pestañas al diablo” (modo coloquial para decir que van a fumar marihuana).
De los diablos es la noche
Los diableros comienzan a trabajar desde las tres de la madrugada, transportando enormes cantidades de mercancía por los estrechos, peligrosos y oscuros pasadizos del Mercado Adolfo López Mateos en donde, según el administrador general del Mercado, Álvaro Castro Cambrón, hay más de 5 mil locatarios que todos los días del año reciben y venden mercancía proveniente de diferentes partes de la república que son transportados en pesados camiones.
Los “diablos” son el medio para transportar cientos de toneladas de productos, de los camiones de los proveedores hacia los puestos del mercado y hacia los automóviles de los comerciantes que llegan a abastecerse.
Un diablo puede cargar hasta 500 kilos por viaje, y aunque les gusta la noche, es frecuente ver a uno que otro en los estacionamientos de la central de abastos, a eso de las diez de la mañana, después de que sale el sol.
Eso sí. Tiene estrictamente prohibido entrar a los pasillos interiores del mercado. Como si fuera el Paraíso, en una de las entradas se puede leer esta restricción: “Prohibida la entrada de diablos de 9:00 AM a 3:00 PM”.
Por cada viaje el diablero cobra desde 10 hasta 40 pesos. Y de acuerdo con José Salas, diablero, el trabajo sí da para mantener a su familia, pero hay que echarle muchas ganas y es muy peligroso: a veces está muy resbaloso y puede uno tirar la mercancía o quebrarse alguna extremidad.
Hace más de cuatro décadas, los diableros o estibadores eran conocidos como mecapaleros (tamemes en náhuatl) o canasteros: eran hombre que cargaban a la espada los productos; después se les llamó carretoneros, porque trasladaban la mercancía en carros de madera o “carretones”.
Los diableros son muy importantes porque ayudan a transportar la mercancía desde los camiones hasta los locales o hasta el medio de transporte de los marchantes que llegan a comprar en la madrugada su mercancía fresca, o así lo afirmaron Arturo Barrera y Miguel García Velázquez, comerciantes del mercado ALM.
El origen de los diablos
Cuarenta años atrás o más, los diablos eran tablas de madera con baleros de metal como ruedas, también se usaban cajas de madera con ruedas de baleros de metal o carretones de ruedas de madera y suela obtenida de las llantas de automóvil.
Años después esos carretones fueron sustituidos por estructuras hechizas de metal y después éstos fueron cambiados por los montacarga de metal o “diablos”, relata José Salas, quien dice que trabajó en el mercado de Cuernavaca cuando aún se encontraba en Clavijero, antes de 1964.
De acuerdo con Sebastián Herrara González: “Había unos que cargaban con mecapal, otros tenían un tipo tarima, pero con sus llantas, pero esos venían desde del mercado viejo. Había un mercado viejo allá por Clavijero, ya cuando se vinieron para acá hubo unos que los ocuparon pero con el tiempo ya puro diablo puro diablo”.
Cómo es un diablo
Los diablos son, por lo común, de color rojo, aunque hay azules y amarillos, raramente blancos. Están hechos de metal y miden 1 metro con 50 centímetros. En la base tienen dos ruedas de baleros de metal y goma para desplazarse, soportes de metal y dos “agarraderas” o tubos que se extiende a la parte alta y que sirven para maniobrarlos: parecen cuernos; de ahí y del color rojo les viene el nombre de “diablos” y al estibador “diablero”. También tiene triángulos de metal, uno en cada lado, que le sirven como soporte o “patas”, cuando los diableros los acuestan y depositan allí la mercancía. Los diableros también llevan sogas para atar y aseguran la mercancía transportada, y a veces una tabla de madera, para que la superficie donde se colocará la mercancía sea más estable.
Muchos diableros mandar reforzar sus diablos porque saben que van a cargar grandes pesos y valiosas mercancías.
El Infierno
En una parte de la central de abastos, sobre la avenida Adolfo López Mateos, frente al estacionamiento chico, en un local conocido como el “banco” (porque hace años se encontraba ahí una sucursal bancaria o había cajeros), los estibadores resguardan más de 300 diablos, que esperan dormidos, la brutal jornada que para muchos inicia a las dos de la madrugada y acaba hasta antes de las doce del día.
Más allá de bien y del mal
El mercado ALM fue inaugurado por el entonces presidente de México, Adolfo López Mateos, el 1 de agosto de 1964. Es un brevísimo infierno se puede encontrar simbiosis diablos-diableros, efectuando una actividad que no es percibida en la superficie del mundo, pero que es muy importante para los locatarios de la central de abastos y de los comerciantes que van a comprar allí a los distribuidores.